martes, 5 de julio de 2016

La heterotopía y las Islas de la Bendición

“El paraíso es el ultimo de los velos, pues los elegidos
para el paraíso, en él permanecerán, y los que allí queden
 no habitaran con Dios. Él es el que es: el velado”
Abud Yazid Bistami


 “Grifos y monstruos vigilan siempre los caminos de la salvación” ; estas palabras suenan como un pretexto perfecto para contemplar la salvación desde lejos. La idea de una Arcadia parece haber sido recurrente en casi todas las culturas: “En la Edad Media predominaba la idea de que el paraíso no estaría lejos del orbe, es decir, Jerusalem”.  Una vez más, se percibe la tendencia a ubicar algo de la esfera celeste en un plano terreno. La noción de paraíso, de algún modo, se fue haciendo terrena al punto de ser una imagen de uso perfectamente profano. 
El paraíso, tal como nos lo transmitió la Edad Media, es una utopía, más bien el paroxismo de la utopía. Figuras de la bienaventuranza en otros tiempos aluden a la forma de lugares apartados, como las Islas de la Bendición,  que recuerdan más a una heterotopía: un lugar dónde terminarían los que no deben estar entre nosotros, un lugar para los desviados, es decir, para los justos y los bienaventurados. El mundo subterráneo era igual: lugares inaccesibles, por lo excluyentes. En la Edad Media se conjuga esa insistencia en situarlo en un término geográfico al que no se puede acceder, por ejemplo, porque está guardado por ángeles armados, por serpientes o dragones, con una tendencia del espíritu, la vaguedad del espíritu que se asienta en un retroceso respecto a la vida, el miedo a la vida diaria, un hastío por vivir consolidado por la guerra y la amenaza constante, también por la ausencia de aspiraciones y de voluntad por mejorar el mundo dado y la desesperanza, bien fundada, en el porvenir: lo que aleja del terror es concebir ese paraíso en algún lugar; no necesariamente el poder transportarse a él, nada más pensarlo, añorarlo, tal vez, saberlo perdido, si es que se lo ubica en el tiempo, o inalcanzable.
La melancolía medieval se pronuncia en la esperanza de un próximo fin del mundo . Hay también un conjunto de idealizaciones que tienen la intención de alejar la mente del pánico y la consternación, es el caso de la cantidad de reinos de Jauja que se conjeturaron, no sólo a fines de la Edad Media, sino ya en plena edad de la Iluminación al ver que la Razón no hacía arribar a la humanidad a una renovación. La nostalgia de una vida más bella y el carácter utópico de la Edad Media se revelaban en las constantes evasiones hacía tiempos o lugares mejores; algo que vuelve a verse en plena edad de la razón, cuando Occidente empieza a buscar su paraíso perdido, una remota Edad de Oro, en las culturas de Oriente.
“La transmutación de la nueva Jerusalem, no es una vuelta a un pasado idílico, sino una proyección en un porvenir sin precedente”  La insistencia en la forma cuadrada de la ciudad representa a la Tierra, en lugar de la forma redonda que distinguía al paraíso terrenal: ya no es el cielo sobre la Tierra, sino la Tierra llevada al cielo: otro rasgo, tal vez el más completo, de la ilusión medieval. Esta nueva interpretación del Paraíso representa de mejor modo la directriz occidental hacía el futuro, esa consecuente arquitectura de los espejismos que parece haber acompañado al demonio del Mediodía en su larga procesión: ya no se trata de la huida acidiosa del religioso, el anhelo por tiempos en los que “se hablaba directamente con Dios”, sino de una teleología, una reflexión cuyo objeto final, su entelequia, es la instauración del mundo en el Cielo. 
Acerca de la “Edad de Oro” desperdiciada, Ovidio dice en las Metamorphosis : “Se encuentra una visión pesimista del mundo en una época cuyo periodo juvenil exento de pecado ya ha pasado y tiene que ceder el paso a una ‘edad de hierro’ que se caracteriza por una despiadada lucha por la existencia”. Es esa antigua proximidad con Dios, de la que suele hablar el mito, la antigua existencia de héroes, y un anhelo presente del retorno al paraíso, que Virgilio supo anunciar en su enigmática Égloga IV.
 Las Islas Blancas, la tierra de Mag Mon de los celtas o, más patentemente, el país de Jauja, “una de las frecuentes idealizaciones de los ‘buenos viejos tiempos’ frente a la desilusionada realidad” , no son figuras que se hayan extinguido con el declive de la Edad Media. Lo muestra de ese modo la cantidad de ejemplos que se pueden extraer del relato de los navegantes y los exploradores, del mismo modo que los delirios sobre el hallazgo de América. 
La profanación de la visión sagrada de la isla como morada de los dioses o lugar inaccesible para los inicuos, se operó mediante un giro progresivo de la isla a la condición de refugio. La elección de la isla en medio de la ignorancia y la agitación del mundo profano, así se lleva a cabo el pasaje a la secularidad de la isla. 
Podemos decir, del mismo modo que Agamben  y Lévi-Strauss, que el ritual integra el pasado remoto al presente, sincronizándolos. Sin embargo, si dijéramos que, a partir de algún momento, la tarea de Occidente no fue la de sincronizar el presente no con un pasado mítico, sino con un futuro improbable y evasivo, no haríamos más que referirnos, una vez más, al determinismo occidental: ese que lo que hace es transmitirse sin una sustancia que lo constituya; dado su no-lugar, se dirige siempre a otro lugar.
Hay una imagen del paraíso en el pasado, desdibujada, vuelta a formular bajo ánimos y situaciones diferentes. Hay también toda una gama de representaciones que han tratado de otorgarle familiaridad al más allá. “El espacio en el que vivimos”, dice Foucault, “que nos atrae hacia fuera de nosotros mismos, en el que se desarrolla precisamente la erosión de nuestra vida, de nuestro tiempo y de nuestra historia, este espacio que nos carcome y nos agrieta es en sí mismo también un espacio heterogéneo” . En respuesta a este espacio, en el que las cosas caducan, conocemos otros “lugares sin emplazamiento real”, como las utopías,  y lugares, que “son absolutamente otros que todos los emplazamientos que reflejan y de los que hablan”, las heterotopías. La experiencia intermedia estaría en el espejo.  
El idólatra adora el reflejo de la imagen del ídolo en su propio alma que actúa como espejo, lo que significa que, al igual que un espejo refleja la imagen sin poseerla, el idólatra no puede tomar la imagen que se refleja en su interior. Una topografía de los lugares más recurrentes en la historia de las civilizaciones de Occidente puede distinguir, primero que ninguno, el lugar ausente; el lugar que no tiene lugar, en el que, sin embargo se puede vivir; ciertamente, al precio de no estar ahí.

[1] Eliade, Mircea. “Tratado de historia de las religiones”.

[1] Chevalier, Jean y Gheerbrant, Alain. Diccionario de los símbolos”, Herder, Barcelona 1993.  p 352
[1] La melancolía no sería tanto reacción regresiva ante la pérdida del objeto de amor, sino la capacidad fantasmatica de hacer aparecer como perdido un objeto inapropiable.” Agamben, Giorgio, Op. Cit, p 53

[1] Chevalier, Jean y Gheerbrant, Alain. Op. Cit,  p 607

[1] Ovidio citado en Biedermann, Hans. “Diccionario de símbolos”, Paidós. Buenos Aires 1993.
[1] Biedermann, Hans. Op. Cit. p 250

[1] La narración de la exploración de Hernando Pizarro de marzo de 1533 por la región de Xauxa recuerda al siguiente pasaje: “Si se hablara hoy de la invención de América o del Nuevo Mundo, se designaría más bien el descubrimiento o la producción de nuevos modos de existencia, de nuevas formas de aprehender, de proyectar o de habitar el mundo pero no la creación o el descubrimiento de la existencia misma del territorio llamado América.” Derridà, Jacques. “Psyché: invenciones del otro”, AA. VV, Diseminario. La desconstrucción, otro descubrimiento de América, XYZ Editores, Montevideo, 1887.

[1] Agamben, Giorgio, “Infancia e historia: Destrucción de la experiencia y origen de la historia”. Adriana Hidalgo, Buenos Aires,   2004



No hay comentarios:

Publicar un comentario