lunes, 29 de febrero de 2016

La cara ajena de la lengua propia

"Milonga del primer tango
que se quebró, nos da igual,
en las casas de Junín
o en las casas de Yerbal" 

Jorge Luis Borges – Milonga para los orientales




Todavía a principios del siglo XX se podía escuchar en las ciudades de Italia llamar "lombardi" a los gangster, en una clara sugerencia a los lombardos que la asaltaron en la Edad Media. El término “lombardo” atravesó el Atlántico con los inmigrantes italianos para tomar en Buenos Aires y Montevideo el nombre de lunfardo durante la segunda mitad de siglo XIX. La alusión seguía siendo la misma: el lunfardo original, el más impenetrable, era un lenguaje de presidiarios. Las más interesantes síntesis léxicas se produjeron en las cárceles donde se encontraban reclusos de diversos orígenes. La jerga se extendió a los hampones de los arrabales y, casi en el mismo proceso, al tango, nacido también en los arrabales. El cocoliche, una variación lingüística surgida del intento de los inmigrantes italianos de hablar el castellano, y el vesre, el particular modo rioplatense de alterar las sílabas de las palabras, también son ingredientes elementales del lunfardo junto con otras palabras que llegaron con el traslado de los gauchos a la ciudad. El tango divulgó este modo singular de hablar hasta sacarlo para siempre de la esfera de las prisiones y de la marginalidad, añadiéndolo al glosario cotidiano de cualquier porteño o montevideano.



En sus Aguafuertes Porteñas, Roberto Arlt hace una breve exposición de un término traído por los genoveses: fiacca, la flaqueza del ánimo. Y también una leve desviación de las acepciones compartidas entre una y otra orilla del río. Cuando un muchacho bostezaba sin parar los genoveses decían que tenía la fiacca, un desgano producido por la necesidad de ingerir alimento. De esa manera, mientras en la Argentina tener fiaca es exclusivamente no tener ganas de hacer nada, en Uruguay es estar cayéndose de hambre. No por nada el río es tan ancho. Los argentinos vemos, al igual que los uruguayos, nuestra propia lengua reflejada en el espejo: un ejemplo, entre muchos, en el que la frontera política no hace a la extranjeridad, por supuesto, si me está permitido sospechar que la primera fuente de hostilidad que encuentra un extranjero es la lengua del otro: llegar a un país y que te saluden en la lengua local, sin preguntarte cual es la tuya, y obligarte a saludar en la lengua local. El Río de la Plata, en una limitada declaración de hospitalidad, se presenta como una pequeña nación idiomática en la que uno puede traspasar las fronteras internas sin sentir que se ha vuelto extranjero. Estar en Buenos Aires, Rosario, La Plata o Montevideo, es más o menos lo mismo. Hostis y hospes, las dos significaban “extranjero” para el antiguo romano, amigo de tener enemigos; todo depende de cómo decidas recibir al extranjero.



Parte previa Breve busca de lo afro-rioplatense

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