miércoles, 17 de febrero de 2016

La vida nerviosa en la nueva megalópolis

"Toda la arquitectura contemporánea debe ser considerada como un enorme dispositivo de aceleración y de racionalización de los desplazamientos humanos"

Michel Houellebecq -Aproximaciones al desarraigo.



 

Son las dos de la madrugada de alguno de esos días sin nombre entre la Navidad y el Año Nuevo; doy un paseo por mi ciudad natal tratando de capturar con el rostro el único soplo de aire fresco que habrá antes de que el sol del verano austral derrita las elegantes y gélidas figuras nocturnas. Este inoportuno derretimiento confirmará algo que sospeché durante toda la madrugada, que las nuevas edificaciones de la ciudad tienen forma de reproductores de mp3: cuanto más recientes, más similares a un aparato de última tecnología. No me asombro demasiado: algunas obras, desde hace algunos años, me han estado preparando para esto; tiempos en los que creía ver heladeras gigantes crecer en el centro de la pequeña ciudad, para luego, con algo más de perplejidad, encontrar un CPU de 40 metros de altura con el mouse estacionado en un pad de césped artificial, con botones de reset, entradas de USB, balcones en forma de lector de DVD desde los que minúsculos e inverosímiles habitantes se asomaban para ver fuera del aparato, igual que si se asomaran desde una maqueta. Hoy ya no puedo alarmarme al ver una torre con la forma de un artefacto nunca visto: puede ser que los arquitectos se hayan anticipado a su salida a algún restringido mercado o la hayan copiado de un boceto aplazado de la NASA. Ya no me sorprende nada de eso, no después de ver que la torre-heladera jamás se ha abierto para dejar salir titánicos cubos de hielo de su terraza-freezer, no después de entrar y salir cientos de veces por la autopista Buenos Aires-La Plata y, antes de bordear ese puerto gris y anacrónico, vislumbrar las brillantes torres del naciente y exclusivo barrio de Puerto Madero, donde la arquitectura, en complicidad con el embarcadero, se presenta como una advertencia para la embarcación que llega: “si quiere ver un mundo nuevo, no baje”, parece decir el reluciente distrito costero; quien no esté preparado para atracar en una ciudad que cambia de lenguaje como de corbata, mejor será que permanezca en el agua. Esa es la razón del brote de tantos edificios con forma de microchip en la costa porteña: la mentira de una ciudad viva debe empezar donde empieza la ciudad.


Parte siguiente:La condición de la vida en la ciudad o el nuevo usuario del mundo

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