miércoles, 2 de marzo de 2016

Las aguas brillantes y los otros dioses

“En la cima del pico más alto del mundo habitan los dioses de la tierra,
y no soportan que ningún hombre se jacte de haberlos visto.”

Howard Phillip Lovecraft. -Los otros dioses.




Una minúscula abertura en uno de los ventanales la catedral de Chartres, inadvertida para cualquier visitante, al llegar el solsticio de invierno es atravesada por el sol del mediodía reflejando el rayo escurridizo en un botón de bronce que, con minucioso cálculo, fue colocado en un lugar del piso. Ese mediodía, la luz entra como cualquier otro, sólo que esta vez irradia un resplandor sobre el vitral y revela una imagen oculta entre las demás, la de san Apollinaire; tal vez una nostalgia cristiana del dios Apolo, tal vez un efecto colateral del trato de los primeros predicadores de la región con los últimos druidas.
Un peregrino cualquiera podría aventurarse en las pantanosas tierras de Corrientes, el país del “agua brillante”, en busca de sus santos tutelares, tal vez buscando el estupendo templo de Itatí adonde se dirigía a refrescar su fe o a cumplir promesas. Podría desviarse por descuido, algún 16 de Julio, de las largas caravanas de autos, carretas y jinetes que acuden a ese pueblo cercano a la capital provincial a venerar a la Virgen de Itatí. Pero un descuido como ese, no es un descuido como cualquiera; es uno que podría arrastrarlo hasta el reino palustre de los Esteros del Iberá, donde ya no hallará a los dioses de su devoción o no los hallará tal como los conocía. Tal vez tropiece con el culto de sus propios dioses, con las mismas reliquias, los mismos altares, pero dedicados a otros; o a sus dioses amigados con dioses incógnitos. En el camino chocará con sagrarios afines a los de sus liturgias, pero en los que se graban y sellan pactos con ídolos ajenos. Se elevaran teñidos de otros colores, ornados y vigilados por efigies macilentas, con guiños extraños o aferradas a guadañas. Las ruinas de dioses guaraníes, tamizados por la tradición jesuita antes de su éxodo, y la apoteosis de gauchos y bandoleros milagrosos darán su fisonomía a un paisaje que, para un concurrente desatento, pasa por una inmensa suma de lagunas formadas por sucesivas retiradas del Paraná, pero donde se ocultan templos de cultos persistentes que brotan entre los pastizales y las marismas de ese pequeño Olimpo correntino.


Acaso el peregrino extraviado se desconcierte, aunque tal vez no. Acaso no descubra que no se desconcierta. Tal vez esté en presencia de cuadros que le son familiares de otro lugar ¿Conocerá al Señor de La Muerte de alguna de las siete iglesias donde su devoto debió pasearlo para santificar su miniatura? ¿Reconocerá al Gaucho Gil de las estampas que venden los paisanos en los rincones de la basílica? La imagen de estos podría estar mezclada entre las del resto del panteón católico, encubierta como la del san Apollinaire de Chartres, hasta que una veta de luz procedente de la intuición popular, fulgure sobre ellas y las vuelva presencia.



Parte siguiente: Dioses paralelos

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