domingo, 6 de marzo de 2016

Del coleccionismo ergonómico al avance de la portabilidad



A comienzos de los 90 todavía podíamos ver, en los barrios financieros de New York y Londres, la rancia figura de lo que conocimos como yuppie. En ese entonces, tal como lo refleja American Psycho, la discutida novela de Bret Easton Ellis, el yuppie podía considerarse la versión más cruenta del triunfo económico en los países modernos. El perfil de este particular género puede verse en el protagonista del relato, Pat Bateman, quien durante largos tramos de la novela sugiere marcas de artefactos de última tecnología y usos que, indebidamente cultivados, hacen de cualquier hombre un condenado don nadie. El culto a los objetos no sólo es claro en la exasperación de Bateman ante el sacrilegio de las personas vulgares, por ejemplo, la ignorancia sobre el precio de un vino exclusivo o sobre la marca de un reproductor de CD, que lo lleva en varias ocasiones a sangrientas masacres, sino en una especie de arquitectura del objeto perfecto e infaltable. Todo esto ocurrió antes de que el yuppie renunciara a su propensión a la cocaína, al triunfo desbocado y a los clubes VIP, para convertirse en la versión naturista, consumidora de autoayuda y de teorías sobre el trabajo en equipo para el éxito corporativo. Esa transición pudo haber consistido en una rara clase de fetichismo, uno negado desde su raíz por la pretensión de utilidad; una utilidad que, a su vez, fue negada por el vacío de uso en el que declinaban los aparatos: la exuberancia de funciones ante la miseria de funcionalidad.


Parte previa: Demasiada información o el exterminio de la experiencia


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