jueves, 3 de marzo de 2016

El pequeño Heracles correntino




La admiración por el gaucho de la campaña está sustancialmente arraigada entre los correntinos; sobre muchos de estos gauchos se ha extendido una nota de autores de milagros. Así, nos encontramos con otro santo pagano que cada 8 de enero recibe en su tumba a miles de peregrinos. Un ara en su memoria se erige cerca de Mercedes, ciudad en la que nació y en la que lo sepultaron después de degollarlo; el auténtico portal de entrada a la Reserva Provincial del Iberá.
Las versiones sobre la historia de Antonio Gil Núñez son más de una, pero la más común cuenta que enfrentó al comisario del pueblo por el amor de una joven viuda. En la pelea, Gil le perdonó la vida, pero igual debió huir del pueblo, hostigado por el comisario que, herido por el desaire la viuda, lo empujará a una vida errante. Luego de luchar en la guerra contra el Paraguay y de negarse a acudir a las guerras civiles que flagelaban al país, lideró un grupo de bandidos que huía continuamente, robando ganado y compartiéndolo con los lugareños más pobres. Una vez arrestado fue colgado de los pies para ser degollado. Cuentan que con esa extraña forma de colgarlo se pretendía conjurar los poderes hipnóticos que se le atribuían y evitar el influjo del amuleto de San La Muerte que pendía de su cuello. Los relatos refieren que el gaucho obró entonces su primer milagro: instantes antes de morir, Gil le dijo al sargento que lo arrestó, que se preparaba para matarlo sin esperar la llegada de una indulgencia oficial, que después de ejecutarlo, al llegar a su casa, hallaría a su hijo gravemente enfermo y que si quería que sanara debía implorarlo. Luego de comprobar que Gil decía la verdad, invocó su nombre exitosamente y regresó al lugar de la ejecución para plantar una cruz sobre su sepultura. Poco tiempo después, la gente empezó a visitar la tumba dejando mensajes y cirios ardientes. Hoy todavía dicen que cuando un coche pasa por uno de sus santuarios en la ruta debe saludarlo con la bocina para llegar a salvo a su destino.
Las imágenes tienen la curiosa atribución de domesticar al dios: clausuran su situación divina para hacerlo fácil de alcanzar. En nuestras latitudes, donde la conciliación de los cultos se llevó a cabo penosamente, sin las habituales negociaciones de la Antigüedad europea, la manera más común de reducir al dios es negociar directamente con él, intercambiar promesas por favores. Si la arquitectura de Chartes nos revela una diversidad de expresiones difíciles de catalogar dentro del uso del primer cristianismo: signos zodiacales, escarabajos con rostro humano, acciones de la vida casera, el mismo san Apollinaire, entonces el rostro del Iberá es el reflejo del notable y variado panteón que se estableció allí al confluir lo guaraní con lo ibérico en medio de los feroces pantanos. El hombre tiene la forma del lugar donde habita, pero más tarde, el lugar donde habita no podrá evitar cobrar las múltiples y caprichosas formas del hombre.


Parte previa: Dioses paralelos

No hay comentarios:

Publicar un comentario