sábado, 5 de marzo de 2016

La noche más larga


Diciembre es el mes de los grandes arribos de buques turísticos al puerto de Ushuaia. La mayor parte son barcos antárticos: aquellos que viajan a la Antártida buscando los favores que el verano ofrece en regiones tan inhóspitas.
La luz del sol en plena estación estival persiste por más de diecisiete horas al día. En diciembre y enero, uno puede quedarse perplejo de ver que la medianoche se aproxima en el reloj y el sol no muestra propósitos de moverse. En invierno, la mañana permanece en las sombras hasta muy tarde y el crepúsculo no se hace esperar: a las cinco y media de la tarde el sol, que apenas había atinado a asomarse, vuelve a desplomarse en el horizonte de mar y montañas. A duras penas se queda para ofrecer un día de siete horas. Este prodigio, propio de latitudes como las de Ushuaia, es impulso suficiente para celebrar cada año la Fiesta Nacional de la Noche más Larga.

Rumbo al Oeste, zarpa una embarcación desde Ushuaia. En un rato amarrará en la Bahía Lapataia. Después de una breve procesión por el bosque, la nave llama a un nuevo desembarco y pone proa hacia Punta Tortuga, al Este; pasa por Bahía Ensenada, por la isla Estorbo y Bahía Golondrina. Llega a la Isla de los Lobos y a la Isla de los Pájaros, luego al Faro Les Eclaireurs, para echar anclas de vuelta en Ushuaia, cercada por la hilera de montañas del Martial. Ese es apenas un modelo, la huidiza traza de un paseo por las afueras. Los que imagino son infinitos, si me dejan pensar en naufragios, en conquistas frustradas por el hielo y el viento y en hogueras mágicas.


Parte previa: Terra Incognita Australis

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