martes, 8 de marzo de 2016

Desertores y delatores



La represión de lo civil, modo típico de normalización que lleva a cabo el Estado, tiene una dinámica variable, pero siempre apunta a destruir contingencias. Desde el enfoque teleológico-lineal la expansión occidental se destacó por apoderarse de áreas enteras antes de haberlas ocupado: una tendencia al outopos, que parecería ser su verdadero topos. El ciudadano del estado-nación está preparado para la denuncia y la delación de la diferencia. La consecuencia es la fuga de lo diverso: la deserción como opción a integrarse a una identidad estable y la delación como adaptación a la normalidad de la vida comunitaria cerrada.


Pero, mientras el Estado le ofrece al ciudadano alineado ávido de confort, permisos y herramientas para la neutralización del otro, el perseguido reformula el ámbito de la vida en común, lo vuelve estación, plantea la nulidad de las formas estables. Dada su supervivencia, que exige inestabilidad, movimiento, estado de paso, el fugitivo escapa a la amenaza de ser identificado y catalogado dentro de un “nosotros” estancado. Entre las identidades endurecidas, también hay grietas por donde fluyen las identidades móviles escapando del estereotipo comunitario. De modo que el potencial destructivo no parece residir en el fugitivo. El trazado de la comunidad implica violencia, la destrucción del mundo a través de la planificación, concretada en diversos modos de eliminación. La comunidad no se destruye a sí misma, sino que con su clausura destruye infinidad de mundos posibles.


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