martes, 15 de marzo de 2016

El Lugar del no-lugar


El ostium, también el muro en cierto sentido, se ha corrido hacia el Estado y del Estado al ciudadano, acatando su propensión al outopos. Paradojicamente, las fronteras estatales se desplazan hacia los límites de las ciudades, como si estas tuvieran todavía límites. Una trama de policiaje y ciudadanía en regla son las disposiciones de la sinoiké actual, su límite. Lejos de todo azar, la promesa de tierra infinita quizás enterró los nombres de muchos secretos aventureros. Esa promesa de tierra es la que pudo mantener a cualquier prudente pionero timoneando su nave a juiciosa distancia del continente virgen. Esos nombres sepultados en el naufragio y la indiferencia de la metrópolis colonizadora, apuntan algo sobre la realidad heterotópica de la colonización de las tierras vacías y la singularidad de la vida colonial de tierra adentro. El mundo de tierra adentro ¿qué otro mundo podrá ser que el encomendado a ultramar? A distancia del litoral hay incontables mundos por erigir, pero al desembarcar sólo queda uno por fundarse.

Parte previa: Olvido y cristalización de la comunidad
Parte siguiente: La Paradoja de la frontera

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