jueves, 3 de marzo de 2016

“Robinson, which of the lakes I prefer?”




Al salir de prisión, Brummell no sólo quedaba absuelto de sus deudas, además conservaba intacta la observancia por sus antiguas liturgias de acicalado. El ritual de dos horas de metódico aseo personal, el minucioso culto del afeitado, que requería tres devotos barberos, los tres o cuatro ceremoniosos cambios de ropa en el transcurso de la jornada: todos esos esfuerzos, dignos de un acólito, tenían el fin de hacer gala de una política de la sencillez, según la cual, un caballero debía pasar notoriamente desapercibido: un imposible arte que le supuso los mismos compromisos que a un brahmán sus ceremoniales diarios. Su estilo de vestir se resistía al presuntuoso y dramático de su tiempo. Su creencia en la absoluta austeridad lo inclinaba, casi místicamente, por los colores oscuros y el buen corte.




En su exilio en Francia, se dedicó a concretar la única obra de su vida: un bastidor para la duquesa de York, que terminó en una tapicería de Boulogne como prenda por sus deudas. Cientos de escenas estaban representadas en ese trabajo. El enigma insignificante, la esencia de la filosofía brummeliana, la reverencia por el asunto sin importancia y la nulidad, era el carácter al que apuntaban las representaciones. Brummell había atestado de figuras ese espacio al modo de un gnóstico, que llena de reyes y potestades sus cielos. En el centro de los paneles, animales asumían, como las bestias del zodíaco, el sustento de una obligación simbólica. Sugerían inútilmente la potencia de un orden: en torno de ellos, sobre ellos, otras imágenes se amontonaban y se esparcían entre guirnaldas. Brummell le estaba regalando a la duquesa de York el espíritu en formación del mundo que lo rodeaba: un mural alucinado donde eran recibidos, con la misma jerarquía, los dioses arcaicos y los efímeros que regían durante una temporada, sucesos fabulosos y héroes de las memorias históricas; los dibujos se avenían en el ordenado laberinto de un caos civilizado.

El camino de la moda masculina británica no ha sido cómodo en las últimas dos décadas: las pasarelas internacionales estuvieron dominadas por italianos y norteamericanos. No fue accidental que la imagen del distinguido espía británico James Bond haya sido ideada por creadores italianos. Los diseñadores de vestuario masculino retomaron el desafío de identificar la moda del hombre británico contemporáneo en el plano internacional. De ese modo, el dandy es la figura que, para los diseñadores de principios del siglo XXI, identifica la naturaleza de la masculinidad británica actual, la que refleja la búsqueda de lo distinto al gusto masivo. Mientras las marcas corporativas insisten en fundar una uniformidad mundial, los británicos prefieren estilos que los sitúen fuera de esa cultura, como individuos refinados, pero con nociones compartidas.


La moda británica del siglo XXI está en la etapa más fértil desde la revolución Peacock de los años 60 en Carnaby Street, y, en gran parte, se debe a la reverencia de los ingleses por la sagacidad que Beau Brummell practicó como ideal. El estilo dandy fue definido por Jules Barbey D´Aureville como “una forma de vanidad esencialmente británica”. De ser cierto, hay que admitir que no hay mejor motivo de inspiración en el siglo XXI que el dandy para manifestar la renuncia a las cada vez más homogéneas tendencias en la moda mundial y compensar el gusto, tan británico, por el buen vestir.


1 Trad.: “Robinson ¿cuál de los lagos prefiero?”
-George Brummell-

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