sábado, 5 de marzo de 2016

Demasiada información o el exterminio de la experiencia




Las maquinas, que antes debían quedarse en casa por ser armatostes gigantes, se disponían para algo que era apremiante desde el ascenso de la mercancía: se volverían miniaturas y viajarían aferradas a los hombres, en sus bolsillos, abrochadas a sus camisas, colgadas de sus botones, circulando por su sangre. Se ejecutaría la esperada ocupación de la vida del hombre por la cosa. La condición impuesta por la pequeña máquina es la comunicación sin fin o, mejor dicho, recibir más información de la que nos importa, más de la que podemos recordar, la suficiente para que nuestra mente sea un mar de datos inconexos en el que bucea nuestra invalidez de expresión; nos ofrece conexión, especialmente con desconocidos, y también la posibilidad de envasar momentos, de volverlos instantáneos, es decir, de aniquilar experiencias de nuestra propia vida. Pero mientras nos creemos consumidores soberanos de los objetos, no arribamos a esa molesta mala conciencia que existía en el siglo XIX, tal como ilustran los dibujos de Grandville, en los que un paraguas que se da vuelta por un viento de frente o una bota que no termina de entrar ni salir del pie son verdaderas pesadillas. Nos volvimos crédulos; nos fiamos de la manufactura de utensilios adaptados sospechosamente a nuestra anatomía, a nuestras necesidades.
Pero el mayor inconveniente con las cosas de esta época es que no hay modo de saber cómo funcionan; como mucho, podemos aprender a usarlas, pero jamás sabremos qué está ocurriendo mientras las usamos: las ha fabricado un experto macabro y anónimo suponiendo que serían útiles para uno y, si no llegan a ser útiles, hay otros expertos macabros que nos convencen de que lo son. ¿Por qué el motín de los objetos comienza a incomodar tanto al hombre moderno? Tal vez porque ha terminado usando artilugios completamente insólitos, inutilizables, creyéndolos familiares ¿Qué diferencia puede haber entre un objeto que se confabula y un mercado que organiza la confabulación?

Parte previa: De la tierra de los juguetes
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