miércoles, 16 de marzo de 2016

Oh, enemigos...



Por las puertas se entra y se sale, es decir, se deja entrar y se da salida, se expulsa y se recibe: por la puerta entra la diferencia, por eso la guerra interior de un pueblo es más ardiente cerca de la puerta. La comunidad de los amigos sería algo así como una comunidad en la que no existiría ni un amigo. Esa es la condición de poner la amistad como condición de la comunidad: si hay muchos amigos, quizás no haya ninguno. Sin duda, la comunidad de los iguales de los ejemplos de Ranciere es una fundada en la búsqueda de la utilidad. La comida de la amistad es la comida del ahorro1. La inclusión del enemigo en la relación cotidiana del “nosotros” se presenta, por momentos, como su requisito para existir. El célebre hiwi Andréi Vlásov, desertó de las filas soviéticas después de la Segunda Batalla de Jarkov; más tarde fue ejecutado por haberse vuelto amigo del enemigo. Tal vez sea una peculiaridad de las épocas de guerra, pero el amigo contiene la potencia del desertor. Del mismo modo, el enemigo contiene la potencia del aliado, que es la forma utilitaria de la amistad. ¿Podríamos hablar de un ámbito donde los enemigos han sido arrojados a vivir juntos y hayan resuelto aliarse a como dé lugar? Tal vez con esta última figura, la del aliado, probemos un último y desesperado intento de mirada sobre la comunidad: una alianza entre enemigos.

1Jacques Rancière, "En los bordes de lo político", Buenos Aires: La Cebra, 2007. Págs. 91-94

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