jueves, 10 de marzo de 2016

Gengis Khan y algunos paradigmas rioplatenses



El lazo con el que Gengis Khan agrupó a las tribus asiáticas no fue el de la amistad entre las tribus, sino el del enemigo común. De algún modo, nuestros países, con sus grotescos pasados coloniales conocen la caricatura desventurada de ese género de uniones. El mal es, como dice Esposito, el modo más “común” de relacionarse los diversos1; la programática colonial expuesta en sangrientos tendales de pueblos dejados tras las campañas al desierto, es la prueba de la relación de, por lo menos, dos naciones: un pueblo pionero extinguiendo a otro al que había delineado no parecerse. Un lugar repetido indefinidamente, en tanto aspecto de una programática, tras la brillante tontería de las naciones aguardando ser fundadas en la hermandad. Es donde las metrópolis de ultramar, tal vez, esperaban un espacio sin leyes, donde se chocaron con la Ley: allí también donde esperaban hacer la Ley, quedaron a la deriva expectante del error y la deuda; el sujeto, más bien sujetado,“en relación con la ley, siempre es deudor, está en falta, es culpable aunque, e incluso más, procure conformarse a ella”.2 La comunidad del desierto se fundaba más en la relación de exterminio que en la voluntad de los fundadores. Esa relación es el “entre”, el mundo en medio de los pueblos, el mundo puesto en común y un “entre” que no podría tener otro lugar que fuera. La relación está en el medio, “la ley no tiene sujeto alguno como autor” 3
Después de que la Argentina, leal a la funesta caricatura, aboliera la esclavitud, las calles de Buenos Aires fueron desbordadas por un grupo imprevisto y muy mal ajustado al plan de esa nueva parodia que la Constitución de 1853 llamó crisol de razas: gran número de afro-argentinos quedó vacante hasta la década siguiente, cuando el gobierno vio en el a forzoso la ocasión para enviarlos a extinguirse en la Guerra del Paraguay.
Este era el mundo de tierra adentro, imaginado o no por los navegantes, que tal vez vieran la única salvación en el barco y en el mar, como Mark Twain nos muestra a Huck y a Jim en su almadía por el Mississippi4. Abandonado el barco, el pirata no podía tornarse otra cosa que traficante y el héroe, tratante de mercancías: cuanto más tierra adentro, menos mundos por fundar.
El enemigo común como principio de formación de una nación propone filiación a partir de la hostilidad común. Lo común no deja de ser una deuda. Es nuestro el que tengo a nuestro enemigo por enemigo, no es necesario que sea nuestro amigo. Técnicamente, se aplica el principio romano de que cualquiera que no esté con nosotros puede ser atacado y saqueado. Allí comienza el problema de lo mixto y el poder, que es el de la convivencia de lo diverso y el del Estado, que no cree poder con las contingencias sin intervenir con la fuerza.



1 Esposito, Roberto, Op. Cit, Pág. 117
2 Op. Cit. Pág. 131
3Op. Cit. Pág. 131

4Twain, Mark, "Las aventuras de Huckleberry Finn", ...


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